Capítulo 7
Tallie Savas iba a comer con su hermana. Sólo con pensarlo Elias sentía que se le erizaban los pelos de la nuca. Le horrorizaba imaginar lo que Cristina, con su enorme boca y su descontrolado cerebro, podría decirle a Tallie. Más aún que ningún otro miembro de su familia, Cristina era una verdadera bomba de relojería.
Por un momento contempló la idea de no ir a Long Island con Dyson y quedarse a controlar la situación, pero lo cierto era que Tallie parecía encantada con el plan de ir a comer con su hermana y Cristina… bueno, Cristina se relamía como un gato que acabara de atrapar un ratón. Así que se marchó con la seguridad de que pasaría el día entero preocupado por lo que estaría sucediendo en Brooklyn.
Pero no fue así porque Nikos Costanides era un hombre fascinante.
Elias nunca lo había visto antes del sábado, pero llevaba muchos años oyendo hablar de él. Casi siempre como ejemplo de lo que no debía ser un buen chico griego; su madre siempre le había dicho «No seas como Nikos Costanides. Tú tienes que sentar la cabeza con una buena chica y trabajar para hacerte cargo del negocio de la familia». Dios sabía que eso era exactamente lo que había intentado hacer, todo lo que su familia había esperado de él.
Sin embargo, Nikos había seguido su propio camino. Se había negado a trabajar para su padre en la empresa familiar y durante años, no sólo se había dedicado a conquistar mujeres bellas como decían los rumores; había trabajado tanto o más que su padre, pero lo había hecho por su cuenta. Había estudiado en la Universidad de Glasgow y se había convertido en arquitecto naval para finalmente abrir su propia empresa de construcción de barcos. Y había tenido mucho éxito tanto en el trabajo como en su vida privada.
Elias desearía haber hecho lo mismo; haber hecho realidad sus sueños. Además de la empresa, Nikos tenía una esposa encantadora con la que había tenido dos hijos.
Ésa era la vida que Elias había imaginado para sí mismo y de hecho había intentado hacerla realidad junto a Millicent.
Incluso después de haber tenido que dejar la Universidad para hacerse cargo de Antonides Marine, había querido tener un hijo con ella. Pero a Millicent le había horrorizado la idea, había dicho que su vida era un caos y, por mucho que Elias le dijera que sería un desafío, algo por lo que luchar, ella no lo había comprendido.
Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que Millicent no quería formar una familia con él sencillamente porque no quería estar con él.
Apenas había podido creerlo cuando ella le había pedido el divorcio y aun entonces había intentado convencerla de que podían solucionar los problemas y hacer que su matrimonio funcionara. Ella se había limitado a decir que no y se había marchado a California con sus padres. Cuando por fin la había encontrado, Millicent se había negado a volver con él.
—Es demasiado tarde —le había dicho. Ya no lo amaba. Había conocido a otro.
Y poco después había tenido un hijo con él. El hijo que no había querido tener con Elias.
Aquellos recuerdos aún le hacían daño. Por eso prefería no pensar en ello y durante la mayoría del tiempo, conseguía no recordarlo, pero a veces el recuerdo irrumpía en su mente… como cuando vio a Nikos con su mujer y sus hijos.
Y el viernes por la noche, en el dormitorio de Tallie Savas.
Volvieron a la ciudad poco antes de las ocho. Dyson lo dejó frente al edificio de Antonides Marine y se fue a buscar a la mujer con la que tenía una cita. Elias volvió a la oficina e hizo lo que hacía todas las noches. Se puso a trabajar.
Todo estaba en silencio, pues hacía ya tiempo que los demás se habían ido a casa. Tenía varios mensajes en el contestador y otros tantos en notas que le había dejado Rosie, pero ninguno de ellos era de Tallie. No lo había llamado para quejarse de su hermana y tampoco había ninguno de Cristina, lo cual era buena señal. Sin duda, Tallie se había tomado en serio su responsabilidad como presidenta y había dado un no rotundo a Cristina y a su novio. Quizá su hermanita se hubiera dado cuenta por fin de que no serviría de nada llamarlo.
Aleluya.
Siguiendo un impulso, Elias agarró el teléfono para llamar a Tallie y darle las gracias, pero después cambió de opinión. Sería mejor no hablar con ella fuera de las horas de trabajo. Así que lo que hizo fue llamar a varios proveedores de San Diego que, al igual que él, seguían trabajando.
Dos horas después había hablado con un buen número de proveedores y había adelantado mucho trabajo. ¿Qué más tenía que hacer con su vida?
Eran casi las diez cuando salió de su despacho. Tenía los músculos agarrotados y le dolía la espalda, por no hablar del hambre que le acuciaba después de pasar el día entero sin comer nada.
Se quedó mirando un trozo de pastel de manzana de Tallie que había quedado en recepción y que, automáticamente, hizo que le rugieran las tripas. No era la manzana de Adán y Eva, se dijo a sí mismo, no pasaba nada porque se lo comiera.
Quizá estaba exagerando un poco. Así que lo agarró y se lo comió de un solo mordisco que le supo a gloria mientras subía las escaleras.
Al comprar aquel viejo almacén le había parecido una buena idea utilizar parte del terreno como oficinas de Antonides Marine, alquilar el resto de la planta para otros negocios que lo ayudarían a pagar la hipoteca y dejar el piso de arriba diáfano para utilizarlo como vivienda. Todo muy práctico.
No podría escapar del trabajo aunque quisiera.
Abrió la puerta de su apartamento y fue a oscuras hasta el centro del salón. No necesitaba encender la luz porque no había nada con lo que tropezarse; cinco meses después de haberse trasladado apenas tenía muebles y muchas de sus cosas seguían en cajas.
Aquello no era un hogar, sólo un lugar en el que pasar la noche.
Un lugar en el que no estaba solo.
Había alguien sentado en el sofá. Era una mujer…
—¿Martha?
—No, soy Tallie —se levantó con ayuda de las muletas y fue hasta él.
Elias encendió una luz y la miró con incredulidad.
—¿Tallie?
Ella se puso un dedo en los labios.
—Shh. Habla más bajo, vas a despertarla.
—¿Qué? ¿A quién?
—A Cristina —dijo señalando en dirección a su dormitorio.
—¿Qué demonios está haciendo Cristina en mi casa? ¡Y en mi cama!
—¡Shhh! —volvió a mandarle callar—. No la despiertes.
—¡Claro que voy a despertarla! ¿Qué está haciendo aquí? —le preguntó de nuevo.
Pero ella no respondió, sino que intentó llevárselo a la cocina, pero no le resultaba fácil hacerlo sin perder las muletas ni el equilibrio.
—Está bien —dijo él, resignándose a meterse en la cocina—. No gritaré, pero dime qué ocurre. ¿Está enferma?
—No.
—¿Entonces?
—Es… complicado —Tallie lo miró con nerviosismo—. Bueno, quizá no sea tan complicado. ¿Quieres un té?
—¿Un té? ¿A qué viene eso?
—El té ayuda a afrontar las crisis.
Entonces se dio cuenta de que sobre la cocina había una tetera que no había visto nunca y dos tazas ya usadas.
—Veo que te encuentras como en tu casa.
—Pensé que no te importaría —se volvió a mirarlo enarcando una ceja—.
Después de todo, tú hiciste lo mismo en mi casa.
—Está bien —Elias se metió las manos en los bolsillos y bajó la mirada—.
Tomaré un té, pero dime de una vez qué pasa y qué hace aquí mi hermana.
—Eso es fácil, está esperando a Mark.
—¿Mark? —volvió a gritar—. ¿Va a venir aquí?
Tallie volvió a mandarle callar.
—Viene a buscarla. Está en Greenport, o estaba cuando conseguí hablar con él a las siete.
Por qué habría llamado Tallie a Mark era uno de los muchos misterios que Elias no conseguía entender. Tallie intentó agarrar la tetera, pero Elias se le adelantó para evitar que se quemara.
—Gracias —dijo ella—. Es un poco difícil.
—Pero seguro que lo hiciste para hacerle el té a Cristina, ¿verdad?
Tallie apartó la mirada.
—Ella no se encontraba bien…
—Creí que habías dicho que no estaba enferma.
—No lo estaba, no te preocupes. Está bien.
—Me alegro —dijo él sarcásticamente—. Vamos.
Dejó las tazas sobre la caja que utilizaba como mesita en el salón y esperó a que Tallie se sentara en el sofá. Por un momento pensó sentarse en una silla, lejos de ella, pues era lo más sensato. Pero lo cierto era que estaba harto de actuar con sensatez, sobre todo después de encontrar a Tallie en su apartamento. Así que se sentó junto a ella en el sofá.
—Bueno, cuéntame.
Tallie respiró hondo antes de empezar a hablar.
—Como ya sabes, fuimos a comer juntas. Nos pusimos a hablar sin parar. Me encanta tu hermana, es muy divertida.
—Sí, una diversión sin fin —murmuró él secamente.
—Ella cree que no te gusta como es.
—La quiero mucho, pero me vuelve loco. Es la persona más inconstante del mundo; va de una cosa a otra y espera que yo le dé dinero para cada uno de sus descerebrados planes.
—Sí, eso me dijo.
—¿En serio?
—Sí. Pero ya no va a ser así. Ha decidido sentar la cabeza.
—¿Cristina? ¿Y Mark?
—Va a sentar la cabeza con ella.
—Sí, claro.
—Vamos, dale un voto de confianza.
—No es culpa mía que esté loca.
—No, por supuesto que no es culpa tuya. Es suya. Bueno, en realidad no está loca sólo es… —intentó buscar la palabra adecuada y Elias esperó pacientemente a ver qué iba a decir, pero finalmente se encogió de hombros—. Sí, está un poco loca —
admitió intentando no reírse.
De pronto Elias notó cómo desaparecía la tensión de sus hombros. Sonrió con tristeza, aunque al mismo tiempo era un alivio que alguien, que Tallie Savas le comprendiera.
—Pero también es encantadora —añadió ella.
—Una loca encantadora que ahora está en mi cama. Puedes decirme cómo ha acabado allí y cómo habéis entrado.
—Ella… empezó a encontrarse mal durante la comida. Estábamos hablando…
ella estaba hablando y se puso un poco… nerviosa.
Ahí estaba otra vez la tensión.
—Me pareció mal dejarla sola —continuó diciendo—. Pero tampoco me parecía buena idea que estuviera en la oficina, así que pensé en llevarla a mi casa. Fue entonces cuando Rosie me sugirió subirla aquí y me dio una llave… yo ni siquiera sabía que vivías aquí.
El comportamiento de Cristina había sido tan desastroso como Elias había temido.
—Ya ves, no fue idea de tu hermana —añadió Tallie en su defensa—. Dijo que te pondrías furioso, pero yo no le dejé otra opción.
—Sigue.
Tallie se llevó la mano al pelo con nerviosismo.
—Temía que dirías eso. Ahora viene lo difícil.
La tensión iba en aumento.
—No debería ser yo la que te lo contara. En realidad, ni siquiera debería estar metida en todo esto —lo miró como suplicándole que le dijera que no hacía falta que siguiera hablando.
—Pero ya lo estás; así que continúa —dijo él, implacable.
—De acuerdo —respiró hondo—. Cristina está embarazada.
—¿Qué? —esa vez fue un auténtico alarido, pero no pudo evitarlo.
—Por favor. Vas a despertarla.
—¡No me importa! Está loca. ¿Por qué demonios ha hecho algo así?
—Bueno, creo que no fue intencionadamente.
—Cómo ha podido ser tan tonta —dijo apretando los puños—. Ese niño no podría tener peores padres.
—Nunca se sabe —aseguró Tallie—. A veces la paternidad cambia a la gente.
—No fue así en el caso de mi padre —murmuró Elias sin pensarlo dos veces.
Nunca le había contado a nadie que era matemáticamente imposible que su madre se hubiera quedado embarazada de él después de la boda, lo que quería decir que Elias había nacido en las mismas circunstancias en las que iba a nacer el hijo de Cristina. De todos modos, no debería haber hecho ese comentario.
—Olvida lo que he dicho —dijo, sintiéndose culpable.
—Olvidado —dijo y, afortunadamente para él, cambió de tema—. Van a casarse.
Se lo dijo como si eso tuviera que hacerle sentir mejor. Tallie trató de hacerle ver que no podía decir nada al respecto; ellos habían tomado una decisión e iban a seguir adelante con ella pensara lo que pensara él. Lo que sí podía hacer era darle su apoyo para evitar que el problema se hiciera mayor con la oposición de sus padres. Elias tenía que admitir que Cristina tenía razones para pensar que, sabiendo que él estaba de su parte, era más fácil que sus padres aceptaran la situación.
—¿Cuándo se casan? —preguntó después de una larga pausa.
Tallie lo miró con una enorme sonrisa en los labios.
—Sabía que actuarías con sentido común.
Sí, todo el mundo lo sabía. Elias siempre actuaba con sentido común mientras el resto de su familia seguía haciendo locuras.
—Mañana.
—¿Mañana?
—¿Para qué esperar?
También para eso Cristina necesitaba su apoyo porque no pensaba decírselo a sus padres hasta estar casados. Elias no sabía qué hacer ni qué decir.
—Sé que la apoyarás —afirmó Tallie—. Tú la quieres y eso es lo que haces siempre… cuidar de tu familia.
Elias se quedó atónito. Se dispuso a protestar, pero justo cuando iba a abrir la boca, Tallie le tomó la mano entre las suyas y se la apretó. Elias la miró a los ojos y después bajó la vista. Ahí estaban sus dedos cálidos y suaves arropando su mano. No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de ese modo, con tanta ternura y sinceridad. Algo se movió dentro de él, era como si hubiera encendido un fuego en su interior.
Reunió fuerzas para resistirse al poder de ese fuego.
—Sé que no es lo que querías para ella —continuó diciendo Tallie sin soltarle la mano—. Y ella también lo sabe, dice que esperabas mucho de ella.
—No le pido a nadie nada que no pueda hacer yo.
—Lo sé —le dijo con ternura—. Pero no todo el mundo es tan fuerte como tú.
No todo el mundo renunciaría a todo para salvar el negocio familiar con sólo veinticinco años.
—Veinticuatro.
—Eso demuestra la fortaleza de espíritu que tienes y el amor que sientes por tu familia. Igual que cuando accediste a continuar en la empresa a pesar de mi llegada
—añadió con tristeza.
—No es para tanto. En realidad estás siendo muy buena presidenta —por mucho que le costara admitirlo, era la verdad.
—Gracias —Tallie esbozó una sonrisa—. Pero no se trata de eso. Cristina también desearía que las cosas hubieran sido de otro modo, pero a veces la vida nos sorprende.
—Sobre todo a mi hermana.
—Sí —asintió al tiempo que le apretaba la mano.
Así pues, se casarían al día siguiente a las dos y sus padres no estarían allí por decisión de Cristina, que opinaba que todo sería más fácil de ese modo.
—Pero mañana a las dos tenemos una reunión con Corbett —recordó él.
—Elias —le reprochó Tallie con dulzura.
Él frunció el ceño, pero el timbre de la puerta le impidió decir nada.
Tallie fue a despertar a Cristina mientras Elias se encargaba de abrir la puerta.
Al otro lado Mark parecía esperar el puñetazo que Elias tanto deseaba propinarle.
Pero no lo hizo, le dejó hablar y escuchó mientras él le decía que amaba a su hermana y que iba a casarse con ella pasase lo que pasase.
—Pégame si quieres —le dijo Mark después de la explicación.
—Lo dejaré para otro momento. Por si te atreves a hacerle daño —replicó justo cuando su hermana salía de la habitación acompañada de Tallie.
Después de varios minutos durante los cuales Cristina volvió a explicarle todo lo que ya le había dicho Tallie y le suplicó que la apoyara, Elias acabó por aceptar la situación. En todo momento sintió la presencia reconfortante de Tallie junto a él, nunca nadie había hecho algo así por él. Así que finalmente respiró hondo y le tendió la mano a Mark.
—Enhorabuena.
Mark parpadeó con sorpresa y después sonrió.
—Muchas gracias —dijo, estrechándole la mano con fuerza—. No tienes por qué preocuparte, cuidaré de tu hermana y de nuestro hijo… de todos nuestros hijos.
¿De todos? ¿Iba a haber más? Elias sintió un escalofrío al imaginar un batallón de pequeñas Cristinas, pero entonces miró a su hermana y vio la felicidad reflejada en su rostro. No le quedó más remedio que sonreír.
—Entonces nos veremos mañana a las dos en los juzgados —anunció Elias.
Cristina lo abrazó, emocionada.
—Te quiero, Elias. Eres el mejor hermano del mundo.
—Vete a casa, Cristina.
—Vamos, Eli, no seas gruñón. Espero que algún día seas tan feliz como yo.
—Dios no lo quiera.
—Verás como sí —aseguró ella—. Sólo porque esa bruja…
—Cristina —la interrumpió bruscamente—. Vete a casa.
—Ya me voy —dijo por fin—. Tallie, gracias por todo, eres genial.
Mark también se despidió de ambos y justo antes de salir, se dirigió a Tallie.
—¿Quieres que te llevemos a casa?
—Pues…
—Yo la llevo —intervino Elias.
Cristina abrió los ojos de par en par y los miró a ambos con una sonrisa en los labios, después abrió la boca, sin duda para meter la pata… Pero Elias lo evitó.
—Hasta mañana, Cristina.
Su hermana asintió.
—Buenas noches y muchas gracias a los dos.
La puerta se cerró por fin y se hizo un silencio ensordecedor. Elias podía sentir los latidos de su corazón… o quizá fueran los de Tallie. Ella seguía a su lado, tan cerca que sus brazos se rozaban, tan cerca que Elias sólo tenía que girarse un poco y sus rostros se tocarían. Podría recordar lo que había sentido al besarla…
De pronto, todos los pensamientos que había estado evitando desde el viernes volvieron con fuerza justo en el momento en que creyó ver que Tallie se inclinaba hacia él. Era por las muletas, aún no las controlaba bien. De todos modos, tenía una boca tan sensual, tan provocadora…
Se aclaró la garganta y trató de encontrar fuerzas para hablar.
—Gracias… por cuidar de mi hermana —quería parecer tranquilo, pero su voz había sonado ronca y entrecortada.
—Me ha encantado poder hacerlo —también la voz de Tallie sonaba extraña.
Sus ojos se encontraron y todo volvió a ser como el viernes… sólo que peor porque esa vez no podrían culpar a las pastillas.
La culpa era del deseo que sentían el uno por el otro.
Era una locura. Un tremendo error. Tallie Savas era una complicación. Era una insensatez que no haría más que poner las cosas más difíciles para Antonides Marine.
Pero, por primera vez desde que tenía uso de razón, a Elias no le importaba la empresa ni la familia. Ni le importaba no estar siendo sensato. Sólo por una vez iba a vivir el momento.
—Al demonio —murmuró.
Le quitó las muletas de las manos y las tiró al suelo.
—¡Elias!
La estrechó entre sus brazos, sintió sus suaves curvas, que parecían encajar a la perfección con su cuerpo y después inclinó la cabeza para besarla con toda la pasión acumulada durante días. Sus bocas se encontraron y se fundieron en un beso.